El jaguar (Panthera onca) más que un felino sagrado es un principio cosmológico, un mediador entre mundos y la encarnación del poder espiritual de las culturas originarias de América. Su culto atraviesa milenios, desde la selva amazónica hasta las montañas mesoamericanas.
El jaguar habita tres realidades simultáneas:
Por ello simboliza al ser capaz de cruzar dimensiones: es guardián del umbral, mediador entre vida y muerte, vigía del sueño y del trance visionario.
Creadores del arquetipo del Hombre-Jaguar, figura híbrida que representa la transformación chamánica, la fertilidad y el control de las fuerzas meteorológicas.
El jaguar es Balam, protector de la realeza y del conocimiento profundo.
El Sol, para atravesar el inframundo nocturno, se convertía en un Jaguar Negro: el K’inich Ajaw en su forma nocturna.
Los templos mayas evocan su piel: puntos de luz sobre piedra negra, estrellas en el firmamento terrestre.
El jaguar corresponde a Tepeyóllotl, dios del eco, de los montes y del corazón profundo de la tierra.
El linaje de los Ocelomeh, los señores jaguar resguardan el poder del Mictlan, donde se revelan los misterios internos. Para los mexicas, el jaguar es la fuerza telúrica que sostiene la vida desde la oscuridad.
En la Amazonía Shipibo-Conibo, Shuar, Asháninka, Yawanawá, Kaxinawá, el jaguar es el dueño de la noche visionaria.
El médico tradicional (chaman) que adquiere grandes conocimientos “recibe” al jaguar como maestro espiritual. Adquiere el poder para ver en la oscuridad interna, navegar el trance con lucidez, defender al paciente durante el trance, viajar entre cuerpos, sueños y dimensiones.
El jaguar amazónico es médico, protector y guardián del conocimiento profundo.
El jaguar, en todo el continente, representa fuerza interior, vlaridad nocturna, psicopompía (guía entre mundos), transformación del miedo, oder instintivo y sabiduría emocional, protección espiritual, renacimiento.
El Jaguar Negro es una figura especial dentro de la iconografía mesoamericana.
No es solo un jaguar oscuro sino la forma más sagrada del jaguar, aquella que encarna el tránsito del Sol por el inframundo.
En la cosmovisión maya y mexica, el Sol muere cada crepúsculo y desciende al inframundo para atravesar la oscuridad convertido en Jaguar Negro, una forma capaz de ver donde los humanos no pueden, de avanzar donde la luz no llega, de visitar hasta lo más hondo el Mictlan.
Esta cosmogonía que aparece en el Codex Borgia, Codex Fejérváry-Mayer, los relieves mayas de Yaxchilán y Palenque, las vasijas policromas del Clásico maya, la cerámica teotihuacana con iconografía ocelote muestran que el Jaguar Negro es el Sol en su viaje iniciático, cuando atraviesa el inframundo para renacer al alba.
En el pensamiento mexica, el jaguar está asociado a las cuevas, entradas al inframundo, las montañas “huecas” (Tepeyóllotl), las noches que revelan, los ecos que hablan desde lo profundo.
El Ocelotl negro es el chamán perfecto porque protege, guía, devora la oscuridad para transformarla en visión.
Donde el jaguar negro aparece, nace el símbolo de resurgir como el Sol que vuelve a nacer después de atravesar la noche más larga.
En la iconografía de las culturas originarias, significa:
No es símbolo de destrucción, sino de regreso luminoso.
Hoy celebramos al jaguar, pero especialmente al Jaguar Negro. El recordatorio de que la luz renace desde adentro, que toda oscuridad contiene un camino, y que quien enfrenta su sombra amanece más fuerte, más claro, más verdadero.
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